Hoy yo canto a la Parroquia, el Hogar, don de la cuna, Es concha y Pila de celestes aguas, que tienen la virtud regenerante, de lavar hasta el fondo de las almas; Y, ahuyentando las sombras del pecado, vestirlas del ropaje de la Gracia; Y de siervas inmundas y asquerosas, Convertirlas en hijas muy amadas. Hoy celebro ese Hogar, que Dios ha puesto como forja y semilla, escuela y cátedra, que toma al niño y le dirige, y siembra, en todos, las divinas enseñanzas, Para que asciendan a las altas cumbres de la sublime perfección cristiana.
Hoy yo canto ese Hogar, que es Madre pura, cuyo regazo alienta y amamanta con el sabroso pan de las verdades, vestidos con ropaje de palabras; con otro Padre, que todo lo trasciende, y nutre, cura, vigoriza y sana…; con otro Pan, que es Luz y Amor y Fuerza, que guía, enciende, regenera, encauza…; con otro Pan, que es Dios, el Verbo Eterno, que ha metido su Ser, vida increada, para que entre en nosotros, bajo los velos de la Hostia blanca. Hoy yo canto a esa Madre y a ese Padre, que, si el hijo se pierde y se descasta…, lloran su perdición, le van siguiendo, le apremian, le requieren y le llaman, le esperan, le convidan, le atraen, le regalan…; y, cuando vuelve lleno de miserias, porque anduvo en el fango de las charcas, le amamantan, le sonríen, le reciben dichosos y le abrazan…; le curan las heridas, en la augusta Farmacia de austera y deleitosa penitencia…; y le dan por comida la sustancia misma de Dios, como a los hijos buenos, que no salieron nunca de la Casa.
La Parroquia es la Fuente, que pone fuentes de una vida sana, y crea hogares limpios, con el gran Sacramento, que une y ata al hombre y a la mujer…y hace esos nidos, en cuyas blandas y calientes pajas, nacen los frutos del amor sincero, Y, con sus trinos de vagidos cantan. Hoy yo canto ese Hogar, que es la Parroquia que, en vigilia perenne vela y guarda a grandes y pequeños, porque a todos en Cristo los hermana. Esa Madre paciente como pocas, espera, y, en la espera no se cansa; Y lleva sus cuidados amorosos, con mano dulce, generosa y blanda, A la choza de pobres y mendigos, como al soberbio y opulento alcázar. Cuando la muerte acecha Y afila su guadaña, para segar las vidas a este mundo y abrirlas a la vida que no acaba. Cuando lucha tenaz y porfiado el feroz enemigo de las almas, va la Madre Parroquia, y en sus hijos, pone siembra de firmes esperanzas; límpiales la miseria de la culpa con el perdón infundidor de gracia; les lleva el Rey de reyes, trajeado con los cendales de la Forma blanca se le mete en la entraña, como prenda segura, de amistad, como ara de gloría perdurable…; Porque ese mismo Dios que entra en el alma, con pobres apariencias de comida, en tan humilde traza, es el Divino Redentor, que ha muerto, para darnos la vida soberana; es la Misericordia, que bien pronto, será Juez… pero Juez, que se adelanta a conquistarnos con amor tan grande. Juez, que ha sido comida y prenda y arras de salvación eterna… es Juez rendido. Es Juez y Dios Redentor, que salva.
La Parroquia es la Madre, que en la vida nos sirve, nos alienta y nos encauza. Y cuando se han cerrado nuestros ojos, en este valle de dolor y lágrimas, nos bendice, y su voz triunfal resuena sobre el despojo de la muerte avara; solicita el descanso en la Luz de la eterna Bienandanza; Y, Madre diligente y cuidadosa, todas las deudas de los hijos paga, con salmodias dolientes, con la Víctima santa, que inmola en sus altares, entre incienso y plegarias. ¡Dulce Madre Parroquia!, poco se te conoce y se te ama. En ti, contigo, y sin la cual no existes, una excelsa figura se destaca el Párroco, ese Padre, que advierte, enseña y aconseja y llama… y ve que sus consejos y advertencias, se pierden, se disipan, se desgracian… ve cómo… algunos hijos no vienen a la Casa… Siente que la estrechez y la miseria le aprietan y adelgazan; siente, porque no puede aliviar el dolor y secar lágrimas. Ve lujos y molicies y opulencia, ve derroches en cosas, que degradan. Y la Casa de Dios…, como una choza sin medios, sin recursos despreciada.
P. Alejandro Moreno