Insistimos en el clásico adagio: “A Jesús por María”. Insistimos en nuestra idea y mote: ¡A Jesús Sacramentado por María Presentada! María nos lleva a Jesús y nos da a Jesús. “Ella misma (María), dijo San Alberto Magno, nos dio a su Hijo y, con El, todas las cosas”. María nos conduce a Dios, nos presenta a Jesús. Por lo que hemos de considerarla, no ya sólo como Presentada, sino como Presentadora. Presentadora de Jesús a nosotros; Presentadora de nosotros a Jesús.
Y al contrario, el olvido de María, la carencia de devoción mariana, nos aleja de Dios, nos hace olvidar a Jesús. Con razón afirmó el Cardenal Nevvman: “Los países y los pueblos que han perdido la fe en la divinidad de Cristo, son precisamente los que han abandonado la devoción de su Madre”. Por tanto, el mejor medio para alcanzar la fe, o recobrarla si se perdió, o avivarla si languideció, es el recurso a María. Todavía más. El culto mariano, al decir de los teólogos, debe contarse entre las notas de la verdadera Iglesia. Donde no se da culto a María, no está la Iglesia de Cristo. María y Jesús son inseparables en el culto y en los honores que les tributa la iglesia Católica.
Recordemos unas palabras de Pío XI: “¿Por qué los novadores, y no poco católicos, censuran tan acérrimamente nuestra devoción a la Virgen Madre de Dios, como si le tributásemos un culto que sólo a Dios es debido? ¿No saben éstos, y no consideran, que nada puede ser más grato a Jesucristo que el que la veneremos conforme a sus méritos, la amemos intensamente e, imitando sus santísimos ejemplos, procuremos conciliarnos su poderoso patrocinio?”. Fomentar, en nosotros y en los demás, la devoción a María equivale a fomentar la devoción a Jesús. Crezca en nuestros ánimos la verdadera devoción a la Virgen María, y cosecharemos abundantes y saludables frutos de virtud. Extiéndase y arraigue en el pueblo cristiano la auténtica devoción mariana, y ésta le llevará -al pueblo cristiano- a la devoción y amor de Jesús. La conclusión no puede ser otra que la deducida por San Buenaventura:”Honra cuanto te sea posible a la gloriosa Reina, Madre bendita del Señor, y en todas tus necesidades acude a Ella como a refugio segurísimo”. De ahí es que llamemos a la Virgen María, a la vez que Presentada, Presentadora. Presentadora de las almas devotas suyas. Presentadora al Santo Templo. Presentadora a la Santísima Eucaristía. Presentadora a Jesús Sacramentado. Y presentadora o Dadora de Jesús Sacramentado. “que es dado a nosotros, es nacido para nosotros de la Virgen intacta”, como canta la Iglesia.
Y lo confirma San Anselmo en esta oración que dirige a la Santísima Virgen María: “Por ti tengamos acceso a su Hijo, oh Purísima María, Virgen bendita, Inventora de la gracia, Engendradora de la vida, Madre de la salud, para que por ti nos reciba el que por ti nos ha sido dado… Señora nuestra, Abogada nuestra, reconcílianos con tu Hijo, encomiéndanos a tu Hijo, preséntanos a tu Hijo…”. Recurramos con ardiente devoción a María presentada. Presentémonos a Ella en toda necesidad y peligro a fin de que nos presente en el Templo de la Tierra a Jesús. Sacramentado y en el Templo del Cielo a Jesús Glorificado.
P. Alejandro María Moreno