Precedentes de la presentación de la Virgen María: lo que se sabe de la Virgen María.
¿Será una osadía componer un libro sobre la Presentación de la Virgen Santísima? No lo sé. Lo que sí sé que escribo este libro porque siento honda pena de ser tan poco conocido y divulgado, menos aún estimado y vivido este bello misterio de María, esta rica joya de la mariología.
Lo escribo por una imperiosa necesidad de hablar de nuestra Madre, elogiarla, cantar sus loores, publicar sus grandezas, privilegios y maravillas. Yo escribo por desahogar mi corazón y demostrarle mi amor, por decir bien de Ella, a fin de que Ella diga bien de mí a Jesús.
Lo escribo por interesarla en mi favor, por captarme sus más regaladas bendiciones maternales, por conseguir que me mire con ojos de misericordia y clemencia con faz riente y benévola.
La escribo como garantía de mi salvación, ya que al decir de S. Buenaventura y otros, cuantos se emplean en publicar las glorias de María, tiene asegurado el cielo.
La Stma. Virgen declaró a Sor María Jesús de Ágreda en su “Misterio Ciudad de Dios”, que se entiende especialmente de los escritores marianos lo que escribió el, Eclesiástico: «Los que me ilustran tendrán la vida eterna 24, 31. Los que esclarecen a María, dándola a conocer a los demás alcanzarán la vida eterna, donde la dedicarán y engrandecerán sin fin.
Urge sí, esclarecer el Misterio de la Presentación de María, ora con la voz, ora con la pluma. ¡Quién poseyera una bien cortada y afilada pluma! ¡Un estilo claro para escribir de la Reina de las flores y flor escogida! Un estilo depurado, elegante y galano para hablar de la que luce todas las galas. Un estilo, al menos, pulcro y temple para la que es toda pulcra y limpia.
Supla a la falta de galas, de lenguaje elevado, de estilo nítido y terso, supla un corazón encendido en llamas de devoción.
Dignaos recibir, mis alabanzas, ¡oh Virgen Santísima! Dadme fortaleza contra vuestros enemigos». ¡Oh María!, Ayudadme a vencer las dificultades. Desead mi impotencia. Iluminad mi mente. Enciende mi corazón. Guía mi pluma. Que todo redunde en gloria y alabanza de Dios, y beneficio de las almas.
Las dificultades que notaren los lectores de este libro; espero las suplirán con su devoción y amor a María. Por lo que les diré con S. Agustín: «Dadme almas amantes y devotas de María y entenderán a la perfección, aprobarán y aplaudirán, cuanto he escrito en loa de la Presentación de María.
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Sobre la juventud e infancia de María muy poco se sabe con certeza. Los evangelistas guardan absoluto silencio a cerca de ella. Nada dicen las sagradas letras de María, consagrada al servicio del Santo Templo.
Guardan los evangelistas una sobriedad tal, cuando relatan los hechos de la Virgen María, que maravilla en extremo y llega a contristar a nuestro corazón filial y piadoso. Pero no es solo con María. Es norma de los evangelistas proporcionar con gran parsimonia los datos que no digan relación directa con la persona de Jesús.
Marcos y Mateo a penas la nombran. S. Juan solo habla de Ella en dos pasajes de su evangelio. S. Lucas es el único que proporciona algún detalle de la Virgen, en el misterio de la Encarnación y en la infancia del salvador. Los cuatro son muy parcos en hablar de María. Y se explica se propusieron escribir, no el evangelio de María, sino el de Jesús. De ahí que, cuando dicen algo
de María, lo hagan incidentalmente, por razón de Jesús; o sea, que relatan aquellos hechos de María que puedan servir para demostrar la mesianidad de Jesús.
Escribió a este propósito el excelentísimo Doctor Suárez: «No sin designio particular del Espíritu Santo, muchos misterios y privilegios de María han dejado de ser considerados en las escrituras y de ser transmitidos por la tradición; Dios quería con esto dar a las generaciones venideras una facultad más grande de meditar y considerar estos misterios, y de hablar y escribir sobre la santísima Virgen muchas más cosas de las que hasta entonces se habían dicho y escrito, deduciéndolas de los principios por medio del raciocinio.
Más si los evangelios callan de María, habla la tradición cristiana. Por los testimonios de los Santos Padres y escritores eclesiásticos poseemos algunas noticias de la infancia de María.
Además, nos apoyamos en la Santa Madre Iglesia que ha recordado en su Liturgia sagrada un puesto de honor a la Presentación de la Virgen María. Con todas las fuentes marianas son muy escasas en los primeros siglos. Pocas fuentes marianas y éstas no muy claras se han descubierto.
¡Lástima grande que carezca de elementos informativos, de pormenores y datos sobre la Presentación de María! ¡Lástima grande que no dispongamos de suficientes materiales para erigir un monumento suntuoso al Misterio de la Presentación de la Virgen!
Las sombras que rodean a este misterio no han de ser motivo tan fuerte que nos hagan desistir de tratarlo. Antes bien cuanto más oscuro se nos presenta, más vivas ansias de descubrirlo han de despertar en nuestro ánimo; más interesante, atrayente y amable nos ha de parecer.
El Misterio de la Presentación, es uno de los más sugestivos, tiernos y aleccionadores de la Vida de María. ¿La estampa de la Virgen María, no es por ventura, un poderoso imán que atrae y cautiva a los corazones? ¿La advocación regaladísima de la Presentación no deberá tener un lugar preferente, ya que no sea la primacía, entre las advocaciones de la Virgen?
El Misterio de la Presentación bien pudiera considerarse como básico entre los misterios marianos. Misterio que requiere ser estudiado a fondo y detenidamente, a causa de las sublimes lecciones de perfección y preciosísimos tesoros de virtudes que entrarían en esta fase de la vida de María.
Tengamos por muy seguro ser del agrado de nuestra Señora y Reina el que nos ocupemos en particular de su niñez e infancia, mayormente de su Presentación y estancia en el Templo.
Como sumamente grato es a nosotros sus hijos, motivo de legítima satisfacción y gozo inmenso, conocer la grandeza de su Madre, de una madre tan buena y amante, tan digna y tan excelsa.
¡Oh quién nos diera penetrar en las intimidades y pormenores de la infancia de María! ¡Quién nos diera volar hasta el trono celeste de nuestra gran Reina y allí aprender de sus labios cuanto
el alma devota ansía saber, para sosegar y gozarse en ello! ¡Oh divina Aurora! Rasga con los destellos de tu luz el manto oscuro de esta noche de ignorancia en que yacemos. Descórrenos el velo del arcano. Muéstranos como fuiste en tu infancia.
Instrúyenos particularmente sobre el hecho de tu Presentación en el Templo, a fin de, que este Misterio de tu Santa vida, Augusto como todos, como todos nos sea conocido y provechoso.
¡Oh Madre! No es por mera curiosidad humana, no es por antojo pueril, no es por vanidad. Es por un ardiente deseo de saber más cosas de Ti, de saber de tú consagración y estancia en el Templo para admirar tus virtudes, loarlas y, con tu ayuda, tratar de imitarlas.
“Es por, satisfacer tus deseos de que guardemos y conservemos Tus caminos” Prb. 8, 32. Es por el derecho y el deber sagrado, que tus hijos tienen de publicar las glorias de su muy amada Madre, las grandes cosas que obró en Ti el Omnipotente; para que seas generacionalmente honrada y venerada y te aclamen bienaventurada todas las generaciones.
Hay que poner de relieve la Presentación de María. Hay que sacar a plena luz este Misterio de Nuestra Señora, que se halla aún en la penumbra.
Gerson, en un sermón sobre la Inmaculada Concepción, explica el versículo del Magníficat «he aquí fue en lo venidero me llamarán bienaventurada todas las generaciones”. Según él la Virgen anuncia que los pueblos no se contentarán con celebrar las glorias de María proclamando lo que habían aprendido de las generaciones precedentes, sino que multiplicarán estas glorias y las celebrarán ampliándolas con nuevas manifestaciones de su grandeza.
El mismo Gerson, con S. Bernardo, S Amadeo; obispo, y otros piadosos autores, han afirmado que Dios revelará, según las necesidades de la Iglesia y para bien de las almas, las gracias y privilegios de María que quedasen ocultos en otros siglos.
A este respecto escribió el B. Grignon de Montfor: «La divina María ha permanecido escondida hasta el presente, y es una de las principales razones por que Jesucristo no es conocido como debiera serlo. Y dice que los pueblos retornarán a Cristo por la proclamación de las realezas de María.
Todos los siglos han cantado las grandezas de María, es verdad, pero no han dicho lo que son; del mismo modo que todos los siglos seguirán cantándolas y nunca dirán lo bastante lo que son.
Decía S. Bernardo: “de María nunca bastante». Según este aforismo mariano, nunca es bastante lo que se dice de María, ni bastantes son los que dicen. Por más de que millares de millares publiquen sus grandezas, tantos como estrellas hay en el firmamento; y todos los hombres y todos los ángeles se diesen a enaltecer a María, aún quedaría mucho por decir de Ella. A pesar de todos los millones de alabanzas que sé le han tributado y de los innumerables libros escritos en su honor y defensa, hay que decir. «De María nunca bastante». Nunca se harta el alma cristiana de hablar de Ella, como tampoco de oír hablar.
Y quizás como sobre lo que menos se haya escrito de la vida de María sea sobre su Presentación, razón de más para acometer nuestra empresa. No conocemos libro alguno que expresamente trate de la Presentación de la Santísima Virgen. Más, puesto el caso que le hubiese, un librito no sería superfluo. De María y su Presentación nunca se escribirá bastante.
«¡Oh María! Exclamaremos con S. Bernardo, ya se ha dicho de Ti cosas muy gloriosas, pero muchas más alabanzas mereces; y hasta ahora toda lengua no ha hecho, sino balbucir en tus alabanzas.
Según los apócrifos, el periodo de su vida que comprende la niñez y la adolescencia, hasta, sus desposorios, está lleno de prodigios. Muchas de estas narraciones apócrifas han de tenerse
por ciertas en cuanto a la sustancia. Los Santos Padres recibieron las noticias que nos transmitieron de los primeros cristianos quienes a su vez las recibieron, bien de la Virgen, bien de los que con Ella vivieron. Gerson dice: «A cerca de esta bienaventurada entre los bienaventurados, hay una multitud de cosas probables, que podemos aceptar con piadosa veneración, pero sin considerarnos obligados a creerlas y sin afirmarlas temerariamente, por lo menos, mientras no haya para apoyarlas ni autoridad de la escritura, ni alguna razón convincente».
Continuará.