¿Habrá algo más íntimamente vinculado a la Eucaristía que el Sacerdocio? A fe que no. El Sacerdocio es para la Eucaristía y la Eucaristía para el Sacerdocio. Donde no hay Sacerdote no hay Eucaristía; no hay Misa, ni Comunión, ni presencia de Jesús Sacramentado. El Sacramento del Orden, como afirma Santo Tomás, se ordena al Sacramento de la Eucaristía. Jesús ordenó Sacerdotes a sus Apóstoles para continuar la Sagrada Cena y el Sacrificio del Calvario. Dice el Concilio de Trento: “Nuestro Dios y Señor… quiso, en la última Cena dejar a su Esposa queridísima, la Iglesia, un sacrificio visible que representara el Sacrificio sangriento que debía realizar sobre la Cruz….Ofreció a Dios Padre su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino, y lo presentó a los Apóstoles, que constituyó entonces Sacerdotes del Nuevo Testamento; y a ellos, como a sus sucesores en el Sacerdocio, les mandó que lo ofrecieran con estas palabras: “Haced esto en memoria mía”.
El Sacerdote, enseña también Santo Tomás, ejerce dos acciones: una, la principal, concierne al verdadero Cuerpo de Cristo; la otra, que depende de la primera, concierne a su Cuerpo Místico. Del mismo modo que Jesucristo fue Sacerdote para ofrecer el Sacrificio de la Cruz, sus ministros sagrados son Sacerdotes para ofrecer el Sacrificio de la Misa. Nunca el Sacerdote es más Sacerdote que durante la celebración de la Santa Misa y demás funciones eucarística. En la Eucaristía está su centro, su ambiente. El Sacerdote es el hombre de la Eucaristía, esencialmente eucarístico, el Eucarístico por antonomasia. De aquí que podamos llamar al Sacerdote el devoto, el amante, el adorador nato de la Eucaristía. ¡Y el responsable de la Eucaristía! Bellamente expresó estas ideas Santo Tomás en sus Himnos al Santísimo Sacramento: “Así instituyó este Sacrificio, cuyo ministerio quiso confiar sólo a los presbíteros, a los cuales compete el tomarlo y darlo a los demás”.
Solamente a los Presbíteros o Sacerdotes confió el Señor el encargo de hacer o consagrar, conservar, administrar y distribuir su Cuerpo y Sangre Sacramentados. “El que me creó sin mí, es creado por mí”. Célebre frase atribuida a San Agustín, que él pone en boca del Sacerdote para indicar su gran poder de consagrar el Cuerpo y Sangre de Cristo. Esto constituyo un nuevo motivo para profesar a los Sacerdotes suma reverencia y gratitud, que ya le son debidas por su ordenación sacerdotal y carácter sagrado.
17.-“Yo soy el que os ha elegido a vosotros” (Jn, 15,16).
Considerando la dignidad sin par de los Ministros de Jesús Sacramentado, y sus divinos poderes; considerando la entrega absoluta y total que Jesús ha hecho de su Sagrada Persona a los Sacerdotes, hasta el extremo de que no se hace presente en el Sacramento Adorable, ni se da a las almas, ni obra en ellas saludables efectos sino a través de los Sacerdotes, llegué a experimentar dentro de mí acuciadora y santa envidia de la inconmensurable dignidad sacerdotal…. Tras de un largo silencio, impuesto por la consideración, resonó en mi espíritu la Voz de mi Amado Jesús, que vino a regocijarme:
“Yo soy el que os ha elegido a vosotros”. Todos mis discípulos han sido por Mí bondadosamente, graciosamente elegidos. “No me elegisteis vosotros a Mí: mas yo os elegí a vosotros”. Discípulos de mi Eucaristía, “yo soy el que os ha elegido a vosotros”. Comúnmente sucede que los discípulos buscan y eligen a su Maestro. Pero en mi caso no ha sucedido así. No habéis sido vosotros los electores y yo el elegido, sino al contrario, vosotros los elegidos y yo el elector. Esto es verdad con relación a todos mis discípulos eucarísticos, a todos cuántos acudís ávidos, vivamente ansiosos a la Escuela de mi Eucaristía…. No me buscáis vosotros a Mí en el Sagrario; soy yo quien os busco y al Sagrario os traigo…. No me elegís vosotros a Mí por Maestro, y Amigo y Confidente; soy yo quien a vosotros elijo por discípulos, y amigos, y confidentes…. Pero es todavía más verdad de mis discípulos privilegiados, de los que he seleccionado entre los discípulos de la Eucaristía, de esos discípulos que yo llamo Apóstoles de la Eucaristía, apóstoles de la vanguardia, de primera fila; de los que son mis ministros, mis Sacerdotes, a los que he marcado con sello divino e indeleble, y he ungido con el óleo de la santidad, y he destinado a la celebración y administración del alto Misterio Eucarístico.
¡Oh Sacerdotes míos muy amados! No me elegisteis vosotros a Mí. Yo he sido quien os ha llamado y traído a Mí, e introducido en mi Corazón. “Ya no os diré siervos”. “Os llamaré amigos”. Y como a tales amigos os trataré… Os declararé todas las cosas de mi Padre. Aún las más ocultas y elevadas… Os haré partícipes de mis designios… Os daré a conocer, como a nadie, el misterio del Reino de Dios, de mi Reino Eucarístico… ¡Oh Sacerdotes míos! “No me elegisteis vosotros a Mí” No por vuestros méritos y virtudes fuisteis elevados a la dignidad sacerdotal… “Más yo os elegí a vosotros”. Mi gracia, misericordia y bondad os escogió entre millares, encumbrándoos a tan alta dignidad… “Y yo os he puesto para que vayáis, y llevéis fruto, y para que vuestro fruto permanezca”. Yo os he colocado en ese estado de privilegio, al que son inherentes poderes máximos, divinos, a fin de que vayáis por todo el mundo a realizar la Acción más sagrada y divina, cual es la Acción Eucarística, el Sacrificio de la nueva Ley, único aceptable a Dios, reiteración del sacrificio del calvario.
Os he puesto para que llevéis a todas las almas el fruto saludable de este Sacrificio: mi Carne, con la que se nutran y vigoricen; mi Sangre, con la que revitalicen y enardezcan… Os he puesto para que ese fruto permanezca, pues a unos Sacerdotes sucederán otros, sin interrupción, hasta el fin del mundo. Como nunca faltará en el mundo mi Eucaristía, nunca faltarán los Sacerdotes, sus ministros dispensadores… Mas si los Sacerdotes son ministros superiores y apóstoles de primer orden de mi Eucaristía, vosotros todos sois ministros y apóstoles inferiores, por Mí elegidos para que llevéis por doquier el fruto deliciosos de la Eucaristía y establezcáis en todas partes el reinado de mi Amor Eucarístico…
Efecto de las palabras de Jesús y de la luz de su gracia concebí una más alta idea del Misterio Eucarístico, y una más filial reverencia hacia los ministros sagrados. Pero a la vez desapareció de mí aquella envidia de la dignidad sacerdotal, por cuanto Jesús me declaraba ministro y apóstol de la Eucaristía, bien que de segundo orden. ¡Gracias Jesús por tu bondad!
Padre Alejandro María.