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El lugar propio para la oración es el Templo; por lo que el Templo se llama casa de oración. Al Templo de Jerusalén aludió Jesús cuando dijo “Mi casa, casa de oración es” (Lc. 19-46). Dios ha querido escoger para sí ciertos lugares donde su Majestad mora de modo especial y donde se halla más cercano a los hombres, por decirlo así más dispuesto a atender nuestras súplicas. La oración en el Templo tiene mayor precio, valor y eficacia delante del Señor que la oración en la propia casa. A los anímenos, que decían: “No tenemos necesidad de ir al Templo, porque bien podemos orar en nuestras casas”, les contestaba San Crisóstomo: “Estáis en un grande error; porque, aunque es cierto que podéis orar en vuestra morada, sin embargo no podéis hacerlo tan bien como en la Iglesia”. Lo que afirmamos de la oración en general, debemos repetirlo del Rosario en particular. El Rosario rezado en el Templo se convierte en oración común y publica; y sabido es cómo todos reconocen mayor mérito y eficacia a la oración común y pública. Hay otra oración poderosísima para rezar el Rosario en el Templo: la presencia real de Jesús Sacramentado, ya que la mayoría de los Templos tienen reservado.

La Iglesia ha concedido indulgencia plenaria al Rosario rezado ante el Santísimo. Y aún tenemos que añadir que el lugar propísimo, y sobre todo indicado, para el rezo del Rosario, y para toda oración, es el Templo Parroquial, por ser el Templo oficial cristiano. El Rosario en el Templo Parroquial se reviste de solemnidad y majestad; y puede llamarse Rosario jerárquico, ya que es dirigido por el sacerdote que la jerarquía ha puesto en la Parroquia. El Papa León XIII anhelaba el Rosario parroquial como se deduce de esta exhortación a los párrocos: “Es muy justo que se apliquen, con el mayor celo a fundar, a desarrollar y dirigir la Cofradía del Rosario. Este llamamiento va dirigido no solamente a los hijos de Santo Domingo… sino también a todos los sacerdotes que tienen cura de almas y especialmente a los que ejercen su ministerio en iglesias donde esta Cofradía está ya canónicamente establecida”.

Se nos objetará que se debe fomentar el Rosario en familia, porque mantiene el espíritu de oración en ella, robustece la vida familiar y atrae sobre el hogar las bendiciones celestiales. Fomentemos el Rosario en familia, si, mas sin menoscabar el Rosario en el Templo, el Rosario Parroquial. El Rosario en familia es mas para quienes no es posible o fácil acudir a la Parroquia. El ideal sería que las familias acudieran a rezar el Rosario –como acuden a oír Misa- a la Parroquia, donde se congrega la gran familia de la feligresía. Si no quieren rezar un rosario en casa y otro en el Templo. Así darían ejemplo en casa y ejemplo en la Casa común. El buen ejemplo en público es más importante y necesario

 

11.-“Yo soy, que hablo contigo” (Jn 4,26)

 

Cada día me confirmo más en la creencia de que Jesús Sacramentado nunca deja de acudir en socorro del que implora su bondad. No bien es llamado, cuando ya responde y corre presuroso a complacer al alma que humilde y confiada la solicita. Algunas veces se adelanta y coge de sorpresa al alma. Uno de estos casos de sorpresa es el que voy a exponer. Absorbida por aquellas palabras de la Samaritana a Jesús: “Yo sé que viene el Mesías, que se llama Cristo”; sin pensar entonces en la próxima del Amado, el acento insinuante de su dulce voz me sacó de mi absorción con la afectuosa plática que transcribo:

“Yo soy, que hablo contigo”. Yo soy el Mesías profetizado en las Santas Escrituras. Yo soy el Cristo anunciado. Yo soy el Jesús prometido. Y lo soy en este Sacramento… Yo soy el Mesías ardientemente deseado, el que con ansiedad esperado, el de la expectación de los pueblo, el que había de venir y ya es venido. ¿A que había de venir el Mesías? A fundar un nuevo Reino, abrogando el antiguo; a establecer una nueva Ley, en sustitución de la mosaica; a instituir un nuevo Pacto entre Dios y los hombres, después de abolido el pacto con los judíos. Y es la Santísima Eucaristía el Reino nuevo del amor. La ley nueva de la gracia, el Pacto nuevo de la misericordia… No digas: Yo sé que el Mesías ha de venir. Di más bien: Sé que el Mesías ha venido,  que vive en el mundo y conversa con los hombres, y ha sentado sus reales en el excelso Sacramento de la Eucaristía, desde el cual, como desde su trono de gloría, adoctrina a las muchedumbres, manifiesta a los hombres los arcanos de la Divinidad y les declara todas las cosas…

Soy asimismo el Cristo, pues el Mesías es llamado Cristo en las Escrituras. Soy Cristo en la Eucaristía. Cristo significa ungido. Yo soy el Ungido de Dios por antonomasia. El Ungido con la Unción Santísima del Espíritu Divino, que es Unción de Caridad. Precisamente en la Eucaristía está la manifestación más espléndida de la Caridad Divina, del Amor infinito. Soy, además de Ungido, Ungente… El Óleo del Divino Amor, que llena mi Ser, rebosa y se derrama al exterior, empapa y penetra a las almas que se me acerca, quedando invadidas del Divino Eucarístico Amor… En este Augusto Sacramento difundo, en continua y abundosa efusión, el Óleo suavísimo y fragantísimo  del Divino Amor…. Si soy el Mesías y el Cristo, soy también el Jesús. Jesús se interpreta Salvador. Y el Mesías debía ser enviado y el Cristo debía ser ungido para salvar al género humano.

Soy el Jesús o el Salvador dentro de la esfera en que ahora se desenvuelve mi existencia terrena, en el Sacramento. Salvé y redimí a las almas con mi muerte. Sigo salvándolas y redimiéndolas en el perpetuo Calvario de la Eucaristía, derramando por ellas mi preciosa Sangre…. Y pues soy vuestro Salvador en la Eucaristía, pídoos que por tal me proclaméis… No os habéis dado exacta cuenta de que en este Sacramento de mi Amor soy el Jesús o Salvador, así como el Mesías y el Cristo…… Acercaos a Mí, y bien presto os convenceréis de que lo soy con toda verdad y propiedad.

A tan afables y tiernas palabras respondí con las de Marta, hermana de Lázaro: “Yo he creído que Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo, que has venido a este mundo”. (Jn.11, 27). De siempre he creído que eres el Cristo, y el Mesías, y el Salvador. Y ahora creo que, no solo eres el Cristo Ungido, sino también el Ungente… Multitud de veces has ungido  mi alma con el óleo pingüe y el precioso ungüento de tu Eucaristía. En tu nombre, Jesús, invitaré a las almas a que se acerquen a tu Adorable Sacramento, como la Samaritana invitó a los habitadores de su ciudad: “Venid y ved a un hombre que me ha dicho todas cuantas cosas he hecho: ¿si quizá es él el Cristo?” Venid y ved y probad a este Hombre excepcional del Sagrario, al Hombre Dios Sacramentado, que enseña todas las cosas y descubre todos los arcanos. ¡En verdad El es el Cristo!

Padre Alejandro María.