Cada Parroquia reclama una Reina. Una Reina que inspire su vida espiritual, y a la que los parroquianos recurran confiados. En toda Iglesia parroquial existe por lo común una imagen de la Virgen María, venerada de modo especial y a la que se tiene especial devoción, bien por ser la Titular de la Iglesia o la Patrona del pueblo; bien por su antigüedad o valor artístico, o bien por estar ligada a ella una tradición sagrada, un voto, un insigne favor recibido, etc. Esa imagen que representa a la Reina del cielo, es la Reina de la Iglesia parroquial y de la Parroquia. Y por serlo, se le ha erigido un trono, se le ha ataviado con manto real, se le ha puesto regia corona. Por serlo, se adorna con flores su altar, se encienden luces a honra suya, se entonan cantos en su loor. Por serlo se, se la visita, se implora su protección, se le da escolta de honor, se doblan las rodillas en su obsequio.
A esta Reina de la Parroquia, poderosa e influyente, acuden los parroquianos –los piadosos y los que no lo son- a suplicarle interponga su valimiento ante su Hijo Rey. A esta Reina, compasiva y maternal, acuden los parroquianos en las aflicciones y en toda necesidad. Acuden los niños y los jóvenes, los adultos y los ancianos, los sanos y los enfermos, los letrados y los iletrados, los ricos y los pobres, los fuertes y los débiles, los gobernados y los gobernantes, los inferiores y los superiores, los justos y los pecadores. Todos acuden a Ella porque de todos es Reina y a todos acoge con amor.
A la Virgen Reina de la Parroquia son ofrecidos los niños recién bautizados para que los tome bajo su amparo y los cubra con su manto. A Ella piden fortaleza los confirmados y por su medio se ofrecen a Cristo como soldados. A Ella suplican la maternal bendición y se consagran los neocomulgantes. A Ella invocan cuantos se acercan a la Penitencia para que les alcance del Señor el perdón de sus pecados. A Ella, Madre del amor, elevan súplicas los creyentes el día del enlace matrimonial para que les conserve el mutuo amor que se han jurado. A Ella demandan los padres y madres la gracia de cumplir los sagrados deberes que tienen con sus hijos. A Ella suspiran los moribundos para que les asista en el trance supremo de la muerte. A Ella Reina del purgatorio, rezan los vivos, solicitando luz y descanso para los difuntos. A Ella sede de la sabiduría claman los maestros y educadores, esperando les alcance ciencia y acierto en su elevada misión.
A Ella se acogen los regidores de los pueblos y los que se dedican a actividades apostólicas para que, por Ella guiados, cumplan su alto cometido. A Ella, en fin, implora el Párroco mismo, que necesita de su orientación y aliento para gobernar fructuosamente la feligresía y lograr que Ella sea un pequeño reino de Cristo Rey y María Reina. A María Reina de la Parroquia, se debe recurrir en demanda de los favores del cielo; y a Ella luego se debe recurrir a rendir gracias por los favores alcanzados, por ser la Distribuidora de todos los favores divinos.
Padre Alejandro María.