Si en todos los tiempos la Parroquia y vida parroquial han sedo de mucha trascendencia, todavía más lo son en los tiempos actuales, a cusa de las especiales circunstancias religiosas y sociales. Años atrás, puede decirse, la Parroquia se reducía al Templo Parroquial y al despacho o casa del Párroco. La vida religiosa y social no requería nada más. Hoy día, con la expansión de la vida social, y con la multiplicación de los medios de cultura y esparcimiento, la Parroquia, para dar satisfacción a las necesidades modernas, algunas imprescindibles, exigen un ensanchamiento o ampliación. Hoy día la Parroquia debe alargar sus brazos maternales para atraer con ellos y en ellos estrechar a muchos de sus hijos que están distanciados. Antiguamente los fieles buscaban a la Madre Parroquia, siéndoles dulce reposar en su seno sagrado. En nuestros días es la Parroquia la que ha de buscar a los fieles, valiéndose de mil medios para acercarlos a su corazón. Poco a poco los fieles se van contagiando de “inquietísimo”, quiero decir, de esa ansia febril por la vida inquieta y ultradinámica, por las diversiones, excursiones, deportes y juegos, en contraposición a la vida estática y pacífica de antaño.
La parroquia debe proporcional, en una medida prudencial, todas esas cosas a sus hijos. Al menos a sus hijos pródigos, es decir, a aquellos que o se alejaron ya de la casa materna o se hallan en peligro de alejarse, A los primeros para recobrarlos, a los segundos para retenerlos. Porque a los demás, a los que viven felices y gustosos en el regazo de la Madre Parroquia, no hay porque proporcionarles esos medios atrayentes y expansivos, que ellos no reclaman ni necesitan, y que más o menos desespiritualizan su vida. A los pródigos sí. Es una necesidad, bien que circunstancial. Mientras duren las actuales circunstancias; mientras subsistan, ese desbordamiento o salida de madre de las costumbres modernas; mientras el dinamismo febril, al que aludimos, no ceda, hace muy bien la Parroquia en proporcionar satisfacción, en lo lícito, a los acuciantes anhelos de muchos de sus hijos. Si un día las aguas desbordadas vuelven a su cauce y la sociedad prefiere el remanso y quietud pasados, no habría razón de brindar tales medios y modos, que acusan anormalidad y descenso espiritual.
Según esto, la Parroquia, además del Templo, precisa de una Casa con diversas salas o departamentos, donde los fieles encuentren solaz, diversión, tertulias, sesiones recreativas, conferencias; todo dentro de lo lícito, lo honesto y decoroso. Sin embargo el Templo deberá ser siempre lo principal y la Casa social lo accesorio o secundario. Todos los dichos medios de atracción hacia la Parroquia jamás servirán de mengua y menoscabo del Templo y vida piadosa. El fin es la Parroquia y todos las demás cosas no pasan de ser medios que a la Parroquia lleven. Conviene, pues, no confundir o no trocar los medios por el fin. Lo primero y esencial en la Parroquia tiene que ser, lógicamente el Templo. Y en el Templo el Sagrario. Así lo canta el Himno a la Parroquia: “Hogar de las almas Parroquia querida, morada paterna de nuestro Pastor, en torno al Sagrario contempla reunida la grey que te canta su filial amor”. Atraído por una fuerza centrípeta; y el centro se llama “vida de las almas, se llama Jesús”. La Parroquia y movimiento parroquial es de suma trascendencia, pero lo más trascendental es el Templo y Sagrario Parroquiales.
Padre Alejandro María.