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La solemnidad del Corpus trae su origen de una revelación privada. El año 1210 vivía en un monasterio, cerca de Lieja, una virgen llamada Juliana. Dios, que se complace en comunicar con las almas sencillas y que se sirve de los débiles e ineptos para la realización de sus altos designios, reveló a dicha religiosa su deseo de que se estableciese en la Iglesia la festividad del Corpus, y de que ella misma la pusiese en práctica. La santa virgen, juzgándose impotente, no se atrevió a hacer ni decir nada; hasta que, después de veinte años de resistencia a la voz de Dios que la instaba, temiendo ofenderle si callaba por más tiempo, declaró la divina revelación a su confesor, canónigo de Lieja.

Apenas se tuvo noticia de que se pretendía instituir esta fiesta, alzáronse clamores de protesta; viéndose la virgen Juliana despreciada y perseguida, difamada y tenida por falsa devota. Combatían los enemigos la pretendida fiesta como cosa nueva e inútil. Inútil según ellos, por cuanto la fiesta ya se celebraba el Jueves Santo y aún todos los días en la Santa Misa. En tanto que la mayoría se oponía tenazmente a la institución de la Fiesta, Dios disponía las cosas de forma que se allanaran las dificultades. El año 1246 la aprobó para su diócesis el Obispo de Lieja. De esta diócesis pasó a otras. Luego el Papa Urbano IV, tal vez el 1264, la impuso a toda la Iglesia. Sin embargo encontró resistencia en algunos lugares y quedó olvidada. Finalmente tras 40 años de olvido, el Papa Clemente V en el Concilio de Viena (Año 1311) confirmó la Bula de Urbano IV, siendo aceptada por todos la solemnidad augusta del Corpus Christi. Por más que los contradictores no vieran en la Fiesta del Corpus utilidad ni razón de ser, hoy día, todos unánimemente la reconocen.

Múltiples son los fines de la Fiesta del Corpus. Atestiguar de un modo elevado la fe católica en la Presencia Real de Jesús Sacramentado. Confundir la perfidia de los herejes que niegan esta Real Presencia. Reparar los ultrajes cometidos contra este Sacramento del Amor. Patentizar y hacer público el Amor infinito de Jesús Sacramentado. Solemnizar extraordinariamente el Culto a la Santísima Eucaristía, extenderlo e intensificarlo. Dedicar íntegramente y con libertad de acción sin los impedimentos del Jueves Santo una Solemnidad peculiar al Santísimo Sacramento. Y no vale decir que esta solemnidad ya la tenemos en el Jueves Santo, porque aún siendo el Jueves Santo la verdadera fiesta del Santísimo Sacramento, y estando la Iglesia ese día enteramente ocupada en llorar la muerte de su Esposo, ha convenido tomar otro día para que la Santa Iglesia pudiera manifestar toda su alegría y completar lo que no es posible hacer el Jueves Santo.

Padre Alejandro María.