La Concepción de la Santísima Virgen se ve conectada con su Anunciación. Digamos que la Concepción se orienta a la Anunciación. La misma Virgen María parece haber querido patentizar dicha conexión en una de sus apariciones de Lourdes; en la aparición acaecida el 25 de marzo, fiesta litúrgica de la Anunciación, cuando la aparecida blanca Señora declaróse a la niña vidente por estas palabras: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Que es como si hubiera dicho: “Yo, la Anunciada, soy también la Inmaculada”. En una misma Aparición revélanse, o por mejor decir, confírmanse los dos Misterios, ya revelados, de la Concepción y la Anunciación. El mismo día en que la Iglesia celebra la fiesta de la Anunciación, descorre María el blanco velo de las formas exteriores con que se muestra a Bernardita, para manifestarle sin sombras ni ambages, solemnemente: “¡Yo soy la Inmaculada Concepción!”
La Concepción de María, pues, dice orden a su Anunciación. Pero hay que notar que el medio de conexión y enlace entre ambos Misterios es otro Misterio: el de la Presentación. Misterio intermedio o puente. Por la Presentación se prepara María -y Dios la prepara- a la Anunciación de la Maternidad divina. Es cierto que la preparación básica e inicial hemos de cifrarla en la Concepción Inmaculada, mas esta preparación requiere ser continuada y perfeccionada a lo largo de su permanencia en el Santo Templo. La Presentación viene a ser complemento y ornato de la Concepción.
La Virgen María, en su Presentación y en los años que después de ella vive en el Templo, se instruye, se forma y se dispone a la divina Maternidad. Además de que por su consagración y entrega total al Señor se hace merecedora de que Dios la consagre para Madre suya y se entregue a Ella por Hijo. La alteza del Misterio de la Encarnación -la dignidad de Dios, la santidad del Verbo- exigía que la madre del Redentor fuese libre de todo pecado, aun del más ligero, incluso del original; pero no exigían menos que se preparase conveniente y decorosamente, que se santificase más y más para el desempeño de tan elevada misión. Tal preparación, cuidadosa y especial, tuvo lugar durante su vida de Presentada al Templo. Dios la preservó de la mácula original; Dios la condujo al Santo Templo y allí la retuvo algunos años; Dios la sacó del Templo en la madurez de su preparación; Dios la escogió, una vez preparada, para la Maternidad divina.
Padre Alejandro María.