Padre Alejandro María: un hombre de familia bastante clerical.
Y un tío cura…
La familia, al parecer, era bastante clerical; tres hermanos y un tío entregados a la Iglesia. Ya que hemos visto a los padres y hermanos de Alejandro Moreno, hemos de mencionar ahora a un personaje que tendrá bastante importancia en la niñez de nuestro biografiado.
Se trata de su tío Antonio González, el cura que le bautizó siendo párroco de Quintanillabón y que cuando Alejandro enfermó de sarampión, y llegó a estar desahuciado de los médicos, se presentó un día en casa con dos pichones y con tal fuerza interior que sus palabras de ánimo trajeron la salud al niño enfermo.
Esto lo cuenta el mismo P. Alejandro en un romance de su infancia. Lo que haya en ello de natural, o lo que pueda haber de relato novelesco o de intervención divina, es algo que pertenece al campo y al secreto del Espíritu.
Un drama familiar
Los recuerdos del P. Alejandro, referentes a su infancia eran muy precisos. Tanto que, dos años antes de morir, su mente lúcida y su feliz memoria evocan, en un ingenuo romancillo, el episodio que debió de ocurrir entre los tres y los cuatro años.
Él había nacido, en una casa modesta de la calle del Río, de Briviesca, al comenzar el otoñó de 1.899. Y recuerda así la vivacidad de su mirada, los mofletes gordezuelos y los rubios mechones de su cabello: Es un niño de ojos vivos que se agita y lloriquea es de carrillos carnosos y de rubia cabellera.
A los dos días de nacer es bautizado en la parroquia de Briviesca, dedicada a Santa María, por su tío, el párroco de Quintanillabón, un lugarejo burebano a nueve kilómetros de aquí. Lo cantó en sus coplas: Bautizolo don Antonio cura párroco de aldea, que es tío del bautizado por vía o línea materna
Cuando su cabeza ya platea, debido a las canas que la coronan, y por los 66 años que pesan sobre ella, el P. Alejandro compone lo que él llamó “Histórico drama familiar”. Es un romance llano, como las tierras de la Mancha, donde lo escribe, de rima asonantada, y que, si lo leemos en voz alta y con una pequeña entonación, nos da la impresión de aquellos romances que cantaban los ciegos por las ferias, o las coplas de cordel que recitaban los trobadores por los castillos y mercados. Los versos anteriores pertenecen a él, y los que seguirán después, también.
Continuará…