Padre Alejandro María: un hombre de apacible sonrisa.
El niño desahuciado
El tema principal del romance es una enfermedad que pasó a los tres o cuatro años, un sarampión maligno que le tuvo cuarenta días sin abrir la boca, sin abrir los ojos, sin comer, con fiebre desgastadora. Mentira parece que el niño aguante tantos días en semejantes condiciones. Los medios sanitarios en los pueblos a principios del siglo eran sumamente rudimentarios. Los médicos le han declarado desahuciado, ya que sus técnicas curativas y sus remedios de botica no pueden hacer más. Sólo queda un remedio que no es de este mundo…
El sarampión se ha cebado
en sus carnecitas tiernas
“En lo humano no hay remedio
si no es Dios quien lo remedia”
Aún tenían que pasar muchos años antes de que el Dr. Fleming descubriera la penicilina, y con ella ahorrara a muchas familias horas de angustia y desesperación. Pero, al parecer, “aquella enfermedad no era de muerte, sino para gloria de Dios…” (Jn 11,4) Los padres, de un espíritu hondamente religioso, y de convicciones espirituales arraigadas, ofrecen el niño enfermo al Señor, si sale del trance… También a santa Casilda, patrona de la Bureba, le ofrecen peregrinar a pie hasta su santuario, si el niño recupera la sonrisa y hace que sonrían sus familiares.
Así van las cosas… Ha pasado una semana… dos… cinco… La enfermedad avanzando… la fiebre subiendo, empapando las sábanas… el niño debilitándose… la fe cada día más tensa y más intensa… y la esperanza cada vez más verde Su hijo ofrecen a Dios Quien primero se les diera…A santa Casilda virgen, Patrona de aquellas tierras…
Sí; le prometen a santa Casilda peregrinar a su eremitorio en acción de gracias… Pero el cielo está nublado y parece sordo a toda súplica. Dios parece estar ausente. O, si está cercano, parece indiferente al sufrimiento humano…
Más tarde viene a visitarlo desde Quintanillabón su tío Antonio, el mismo que le bautizó. Le trae como regalo un par de pichones para que Juana prepare un exquisito caldo reconstituyente que pueda devolver los ánimos al niño enfermo. Nada más entrar en la habitación abre las ventanas, de par en par, a fin de que el sol inunde la estancia. Y le dice:
– ¡Vamos, Alejandrito, campeón… Que ha venido tu tío a verte… Te vas a poner bueno. Verás cómo te alivian los pichones que he traído de mi palomar… Anímate, muchacho…! ¡Mira, mira, dos pichones que son de mi palomera…!
El enfermo no dice palabra, sigue amodorrado, febril y sudoroso toda la tarde. La familia ha tenido tiempo de charlar, de asomarse a la ventana para ver correr las nubes, de ir a la parroquia y rezar el rosario reunidos… La tarde se ha hecho interminable. El sol ya se ha puesto y en la habitación se han encendido las bujías de sebo. Nadie sabe ya qué hacer por este niño como no sea rezar a Dios “para quien nada hay imposible” (Lc 1,37). Hasta que perezosamente el chiquillo empieza a abrir los ojuelos y mira a todas partes con extrañeza. A la tímida luz de las candelas ve a toda la familia reunida y piensa que algo grave debe de ocurrir allí… Y al fin, tras una larga tarde de zozobra, el niño Alejandro Moreno García, desahuciado por los médicos, abre su boca y regala a todos su mejor sonrisa…
Y una apacible sonrisa en su rostro se refleja.
Desde aquel día Alejandro va recuperando lentamente la salud. Y en cuanto el niño puede salir de casa, sus padres le llevan al Templo en cumplimiento de la promesa hecha en las horas de dolor.
Continuará…