La “Cáritas” o Caridad constituyen la gran obra del cristianismo. Es de esencia del cristianismo. Jesucristo puso a su Iglesia por sello la caridad, queriendo que ésta fuese el distintivo de sus seguidores, de sus discípulos. “En esto conocerán, dijo, que sois mis discípulos, si os amarais los unos a los otros”. No sería exagerado considerar la caridad como otra de las notas o caracteres de la verdadera Iglesia de Jesucristo. Sin caridad la religión cristiana queda desfigurada, desnaturalizada. Ya no es la auténtica Religión fundada por Cristo. “La caridad de Cristo nos urge”, escribió el Apóstol San Pablo. Y si en todos los tiempos ha urgido e impulsado a socorrer al prójimo necesitado, pare ser que en nuestros tiempos urge y apremia aún más que en los de Dan Pablo.
La caridad de Cristo urge e impulsa a los cristianos a llevar el socorro a todas partes, a remediar o aliviar las necesidades de todos sin distinción; puesto que es universal, por lo mismo que es cristiana y católica. Cristo no tiene aceptación de personas; su religión no establece diferencias de razas. Todos los cristianos, mejor dicho, todos los hombres sin distinción de nacionalidades, colores, culturas, civilizaciones, religiones o regímenes- somos hermanos de Dios, Padre común. Hermanos somos los pobres y los ricos, los que reciben la caridad y los que la hacen.
La caridad cristiana no debe quedar circunscrita al lugar en que vivimos, ni a la provincia o diócesis, ni siquiera a la nación. La caridad cristiana debe ser internacional, mundial, universal; o la que es lo mismo, católica, expandida por todo el mundo, sin topo de fronteras ni ideologías. La caridad cristiana es la corriente bienhechora que, transponiendo las fronteras, va de un extremo al otro del mundo, poniendo en comunicación a todos los corazones humanos. Más la “Caritas” cristiana, no obstante su nacionalidad e internacionalidad, debe tener carácter parroquial, a fin de que resulte bien organizada y práctica, se proceda con orden y concierto y se aprovechen como conviene hasta las últimas gotas del caudaloso río de limosnas y socorros. Las orientaciones y asesoramientos, los planes y campañas vengan en buena hora de arriba –san ahogar, claro está, las iniciativas de abajo- pero la ejecución corresponde a la Parroquia.
El ejército de la caridad, la puesta en práctica es muy parroquial. La Iglesia impone al Párroco el deber de ejercitar paternalmente la caridad con los pobres y menesterosos de su feligresía. En el canon 4.671 de su Derecho prescribe: El Párroco “ha de profesar afecto paternal a los pobres y a los desgraciados”. La Parroquia debe fomentar las obras de caridad por todos los medios lícitos que el ensayo y la experiencias demuestren ser eficaces y oportunos. Debe coordinar, inspirar y promover cuantas asociaciones de caridad haya establecidas en la feligresía. En resumen. La Parroquia es el organismo oficial de la caridad. Aunque la caridad es papal, por lo mismo que es católica y universal; y episcopal o diocesana, pero concretamente es parroquial, pues ni el Papa ni el Obispo, sino el Párroco y la Parroquia están en contacto inmediato con los pobres y conocen sus necesidades.
Padre Alejandro María.