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Una sola vez se encarnó el Verbo Divino en el seno purísimo de María Virgen. Una sola vez Jesús, Verbo humanado, nació. Con todo no es un despropósito afirmar que el Verbo de Dios se encarna y nace multitud de veces, ¿Dónde? En la Santísima Eucaristía. La Eucaristía es la reencarnación y renacimiento de Jesús, repetidas  incesantemente, sin limitación de tiempo ni lugar. Allí donde se realiza la Eucaristía de Jesús, se obra también una reencarnación suya. ¡Cuántas semejanzas se advierten entre el Misterio de la Encarnación y Nacimiento de Jesús y el Misterio de la Eucaristía! No es original la tal afirmación. No somos nosotros los primeros que advertimos la paridad estupenda entre ambos Misterios. Nos precedieron con su luminosa doctrina los Maestros de la Iglesia, los Padres de la Fe. En ellos se lee frecuentemente esta analogía: Así como el Verbo nació de la Virgen María vestido de carne humana y yació en el pesebre, así el Verbo hecho carne es vestido con las especies de pan y vino por la consagración del sacerdote y puesto en el altar para ser adorado. Y no sólo ven en la Eucaristía una semejanza de la Encarnación, sino también una continuación o repetición; denominando a la Eucaristía el compendio de las maravillas de la Encarnación.

Le pareció poco al Verbo encarnarse una vez en el seno de María. Poco le pareció nacer una vez de María. Por eso quiso, encarnado una vez, encarnarse y nacer múltiples veces eucarísticamente. Si con la encarnación y nacimiento primeros no quedó satisfecho su Amor, como no quedó exhausto su poder. Si la encarnación del Verbo es ya una prueba del Amor infinito de Dios al hombre, ¿cómo se hace más lúcida y evidente e irrefragable esta prueba en sus reiteradas encarnaciones y nacimientos eucarísticos? “¡De tal modo amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito!, exclama estupefacto el apóstol San Juan. Mayor  estupefacción debe causarnos el que se lo entregue cada día y en cada lugar de la tierra. Darnos Dios una vez a su Hijo, ya es muy subido Amor, Amor inefable, incomprensible. Pero dárnoslo en cualquier lugar y tiempo… ¿Qué reclama de los hombres, ese tan fino e inconmensurable Amor de Dios? No somos capaces ni de expresarlo ni de comprenderlo. Sólo sabemos entender y decir que no tenemos bastante para corresponder a un Amor infinito.

Las solemnidades anuales cristiano-navideñas, recordatorias de la Encarnación y Natividad de Jesús, también nos hablan con penetrante voz, de estas otras Encarnación y Natividad eucarísticas .de Jesús. En las cuales, por lo general no se paran miente. Todos los días son Navidad. Todos los días canta el ángel del cielo: “Hoy es nacido el Salvador, que es el Cristo Señor”. Y todos los días cabría repetir: “No había lugar para ellos en el Mesón”. No hay lugar en los corazones para Jesús, que viene a nacer por la Eucaristía. Las almas eucarísticas, escuchando a la Iglesia que nos dice diariamente: “Cristo ha nacido para nosotros: Venid, adorémosle “, adorémosle diariamente a Jesús Sacramentado, nacido en el altar, y reparemos por los que no le adoran.

Padre Alejandro María.